Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos
Derechos Reservados de Autor
Cuando el hombre le dijo que le iba a dar cincuenta mil pesos, treinta y siete más de lo que ella le estaba pidiendo, abrió los ojos con gran gesto de incredulidad; pensó que éste le estaba tomando del pelo, que si accedía a irse con él y no tenía cuidado, podría hacerle “conejo”, tumbarla y sacarle “el ratico” de gratis.
“Nada de cosas raras, porque a mi no me gustan los tipos pervertidos”, atinó a decir mientras trataba de adivinar si lo de los cincuenta mil era en serio. “ah, y me pagás por adelantado, no sea que después me salgás con un chorro de babas”.
El hombre había estado la tarde, estudiando el movimiento de la calle, esperando la que menos desconfianza le produjera para poder abordarla. Cuando apareció ella, una mujer aún joven, con caderas y senos prominentes, en un vestido blanco, insinuante, escotado y sexy, un poco menos lobo que los que usan sus compañeras de calle, se movilizó hasta el umbral de la puerta en que ella se ubicó a esperar el primer cliente; le sonrío maliciosa, lo llamó “papito”, y luego le respondió que quince mil incluida la pieza, cuando él le preguntó cuánto valía el rato.
La escena sucede en la calle 24 con carrera 15, a pocas cuadras de la carrera 13 bis con avenida 19 y calles 20 y 21, donde dieron comienzo estas crónicas. En este sector donde hay grandes prostíbulos con fachadas de discoteca o centros de recepción y nombres tan sugerentes como “la Piscina” o “El Castillo”, también hay casuchas viejas al servicio del placer, y muchachas aún en la flor de la juventud que se pasean por las aceras ofreciendo sus favores por unos pocos pesos. En este sector vivió el gran poeta León de Greiff, y las paredes que una vez alojaron el eco de los mejores versos de la poesía colombiana del siglo pasado, alojan hoy con coro de gemidos falsos con los cuales estas meretrices del placer intentan teatralizar sus orgasmos fingidos ante cada nuevo cliente.
La mujer no esperó a entrar para “calibrar” el estado del cliente; rozó hábilmente por encima del pantalón tratando de tantear el ánimo y el tamaño “A ver ¿qué es lo que me traes?”, preguntó con falsa coquetería. Luego de que le abrieran la puerta principal, lo hizo esperar un rato mientras iba a un cuarto dónde al parecer despachaban los dueños del sitio, salió pronto con unas llaves y lo condujo por un corto pasillo hacía un cuarto, tan sombrío como todo el interior de la casa. En la “oficina” dos hombres más bien jóvenes, tomaban gaseosa y miraban la televisión. Cuando el hombre, algo apenado, miro hacía ellos, como queriendo hallar algún tipo de complicidad que lo alentara a seguir adelante, encontró que éstos, tal vez acostumbrados al entra que sale repetido de innumerables anónimos, no apartaron la mirada de la pantalla de la “caja mágica” como dicen algunos.
Luego de encender la bombilla que alejaría la penumbra y aún sin cerrar la puerta del cuarto, la mujer, con permanente coquetería, estiró la mano “Bueno, papito, me decís qué es lo que querés y me pagás por adelantado”. No se refirió a los cincuenta mil pesos, lo cual aún estaba creyendo una mentira. El hombre sacó varios billetes, contó cincuenta mil pesos, y se los extendió. La mujer volvió a abrir los inmensos ojos, sin poderlo creer. “¿Qué es lo que vamos a hacer?”; preguntó algo temerosa, pensando a lo mejor que tenía delante de ella un pervertido que iría a someterla a quién sabe qué cosas por la cifra ofrecida. “Vamos a hablar, nada más que eso”, le respondió el mientras se sentaba en la deteriorada cama de colchón de paja, semicubierta con una sabana ordinaria de color claro. La mujer lo miró como a bicho raro, podríamos decir que tenía una extraña sensación que la inhibía a recibir el dinero en los primeros segundos.
“Por lo regular, los traemos al cuarto, luego les pedimos la plata y vamos a pagar el rato y el condón, los dejamos solos un ratico, para que ustedes aprovechen y se vayan quitando la ropa. Cuando regresamos, sino lo hemos hecho les decimos el nombre y les preguntamos el de ustedes, y cosas como en qué trabajás, así como para entrar en confianza…”
Es la rutina que se repite ante cada nuevo hombre. Empezó a hablar luego de recibir los cincuenta mil, y de que él le dijera que era un novelista, que estaba buscando algunas historias para un libro en proceso. No dejó de sentirse desconfiada, luego persuadida, tal vez imaginando convertirse en la posible heroína de la novela accedió a hablar. Para entonces, ya él sabía que se llamaba Catherine; presuntamente Catherine, ya que es costumbre en ellas dar otro nombre que no es el suyo. Desde luego, él sabía que muchos de los testimonios dados en aquella primera entrevista –tal vez la última-, corresponderían a la fantasía de ella, que muy pocas serían verdad.
La verdad, él podría haberla invitado a otro lugar, desde un inicio decirle de qué se trataba el asunto, preguntarle si estaba dispuesta a someterse a una entrevista, ofrecerle el dinero por la misma; pero no, decidió hacer la entrevista allí, en el sitio de trabajo de ella, palpar el ambiente en que ellas se mueven, vivir las sensaciones que deben sentir quienes van meramente por el desahogo primario de la copula sin amor, llegar hasta el cuarto con ella, y luego sí, revelarle la verdadera razón de su visita, y ver qué pasaba…
Cuando ella regresó de pagar el cuarto, doble rato por el motivo de la visita, llegó de igual manera con un condón en la mano, con gran picardía lo mostró diciendo “por si te animás al rato”. Luego vino su relato. 27 años. Madre soltera. De hogar humilde. Ve por su madre que le cuida la niña de cinco años, aunque no vive con ella, no se entienden muy bien. Trabajó en ventas pero con su escaso bachillerato no le fue muy bien. A los 23 años empezó haciendo masajes en el sector norte, le iba bien, pero se peleó con una socia y pasó a un lugar de streap tease en la 76 con Caracas, allí se aburrió de compartir las ganancias con los dueños del lugar. Con una amiga se vinieron para el centro, en la calle no están tan protegidas como en el anterior lugar, pero descontando el costo del cuarto y el condón, el resto es para ella. Son trece mil si el cliente no quiere adicionales, si hay adicionales la cosa sube un poco: Diez mil pesos por besitos en la boca, ocho mil por besos en los senos, doce mil por sexo oral. Sexo anal… Lo piensa y suspira… “Hay tipos que no entienden que por ahí no me gusta… A veces es humillante… a veces hay que hacerlo… a veces me siento violada… por más que me paguen…”.
El hombre la escucha. Adivina sus senos, el escote los deja entrever, los insinúa. La mujer se percata del asunto. “¿ya?”, pregunta. Él no sabe si la pregunta es un basta a la entrevista o un ¿acaso te decidiste a algo más?
La pregunta queda en el aire, como queda en el aire lo que haya sucedido o dejado de suceder luego de la limitada entrevista. Lo único que queda por decir, es que esta, como tantas otras visitas a los lugares expuestos se hicieron en un principio para alimentar un trabajo literario cuyo nombre es “las putas nunca mueren de domingo…”, y que de buena manera, el autor, ha prestado para esta serie de crónicas que serán publicadas en este blog personal y que, de alguna forma, alimentarán el desarrollo mismo de la novela en proceso de escritura.
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